Quien por casualidades de la vida se encuentre de viaje por Grecia y no vaya a conocer Atenas, realmente no fue a Grecia. No solo por ser la capital política, económica y cultural del país, sino por ser la cuna de nuestro ser occidental. El valor histórico, filosófico, político y artístico de esta ciudad, se compara con muy pocas a lo ancho y largo de todo el globo terráqueo. Estas fueron las tierras que vieron nacer la democracia de la que derivarían todas las formas de gobierno que en la actualidad tanto defendemos; dieron a luz la filosofía con parte de los cerebros más lúcidos que ha visto nuestra especie; es el recipiente de inspiración del que todos los artistas han echado y echarán mano. La importancia de Atenas para occidente es imposible de cuantificar.
La visita a Atenas debe ser iniciada en la Acrópolis. Ubicada en la parte más alta de la ciudad, cumplía una función defensiva y a la vez de culto. En esta se ubica el Templo de Atenea Nike. Una estatua de Atenea esculpida por Fidias media entre este templo y el Partenón, o Templo de Atenea Partenos. A parte de los ritos religiosos realizados en la Acrópolis, esta era también un espacio de entretenimiento y cultura, recibiendo en su seno al Teatro de Dionisio, donde las grandes e intemporalmente geniales tragedias y comedias de Sófocles, Esquilo y Aristófanes fueron presentadas. Asimismo, en este lugar se encuentra el Erecteión, lugar de culto para dioses tales como Erecteo, Poseidón, Hefesto y Butes y que tiene la particularidad de que sus bases y su techo están unidos por unas columnas esculpidas con la forma de Las Cariatides. Visitar el Partenón es adentrarse en el sentir occidental más profundo.
Estas son solo algunas de las tantas obras que se pueden conocer al visitar la Acrópolis ateniense. La construcción de gran parte de ellas fue realizada durante el gobierno de Pericles, quien encomendó a Fidias el arte de esta estructura. Sin duda, la Acrópolis es una celebración de las bellezas que pueden lograr los mejores arquitectos.