A nivel molecular somos muy sencillos, ya que todos los seres vivos que pueblan la Tierra están conformados por un reducido número de moléculas. De hecho, la materia viva radica primordialmente en largas moléculas en las cuales un preciso patrón se reitera constantemente, en oportunidades con pequeñas variantes. Además, algunas de ellas se pliegan de forma desarrollada, complicada e increíblemente precisa. Esto les facilita accionar como catalizadores, acelerando la agilidad de las reacciones químicas. A estos catalizadores son conocidos como enzimas.
En esencia, tenemos la posibilidad de agrupar las moléculas de la vida en 4 grupos: azúcares (que aportan la energía), lípidos (cuya funcionalidad es primordialmente estructural, como la formación de membranas), proteínas (que ofrecen la maquinaria que facilita el desempeño celular) y ácidos nucleicos (que llevan la información).
Resulta asombroso lo excepcionalmente selectiva que demostró ser la vida en el momento de elegir las moléculas. Entre otras cosas, del colosal número de aminoácidos probables sólo usa 20. Y si una proteína habitual tiene dentro del orden de un centenar de aminoácidos, entonces tendríamos la posibilidad de crear por lo menos 20100, un número mucho más grande que el de átomos de nuestra galaxia. No obstante, la mayor parte de los organismos vivos utilizan menos de 100.000 tipos de proteínas.
Una de las características simples de la vida es su capacidad para reproducirse a sí misma. Más allá de toda la diversidad que observamos, a nivel molecular la reproducción de todos los organismos sigue el mismo plan: un cierto tipo de polímero -un ácido nucleico- con forma de doble hélice, el ADN, gobierna el desarrollo por medio de un mecanismo de «molde».
Experimento casero: Extracción del ADN
Eslabones de información
Los eslabones con los que se crea el ADN se los conoce como nucleótidos, y están compuestos solamente de un azúcar, un fosfato y uno de 4 probables hidratos de carbono llamados bases nitrogenadas. Podrían haberse usado muchas, pero la vida, otra vez, fué selectiva y sólo usa la adenina (A), guanina (G), citosina (C) y timina (T). Son las 4 letras de nuestro código genético.
El ADN es donde se guarda y quien transmite la información biológica. Pero hay otro tipo de ácido nucleico, el ARN, primordial para la supervivencia del individuo: se ocupa primordialmente de articular las normas contenidas en el ADN, como la síntesis de proteínas.
Explicar de dónde vino toda esta organización se encuentra dentro de los enormes desafíos del siglo XXI. Para hacernos un concepto de nuestra ignorancia: no poseemos ni iniciativa de cómo, desde los ladrillos básicos de la vida -como los aminoácidos o las bases de los ácidos nucleicos- se dieron a conocer el ARN, el ADN. Ni, desde luego, cómo nació la primera célula.
El sexo
Los helechos recientes son fundamentalmente iguales a los de hace centenares de millones de años. Lo mismo sucede en la situación de los filositos, también populares como las cacerolas de las Molusca, las tortugas marinas o los cocodrilos. Aunque hay especies que han evolucionado de manera rápida. Un caso de muestra es la nuestra, a la que se asocian el caballo o el elefante.
Esencialmente las especies evolucionan porque se generan «errores» en la copia de la macromolécula base de la vida, el ADN. No obstante, si la evolución dependiera solamente de las mutaciones sería aburridamente tarda. Pero la mayor parte de los seres vivos descubrieron hace entre 1.700 y 1.500 millones de años un mecanismo espectacular con la capacidad de producir una extensa variedad de composiciones genéticas en cada generación: el sexo.
Además de mover el planeta, el sexo fue fuente de diversidad, ya que con la reproducción sexual los genes de los padres se mezclan y recombinan en cada generación produciendo una configuración genética exclusiva. El sexo baraja las cartas del genoma y facilita evaluar multitud de composiciones que sólo por mutación hubieran llevado millones de años. Claro que tiene sus problemas. El más grande es la falta de la inmortalidad. Si nos reprodujéramos asexualmente, con cada división produciríamos clones de nosotros mismos. Salvando las inesperadas y pocas mutaciones, seríamos como las bacterias, que se mantienen básicamente de la misma forma que eran hace cientos de millones de años. El sexo nos hace fatales.