La primera comunión a lo largo de la historia de la Iglesia Católica

En las etapas tempranas de la fundación de la Iglesia Católica, se otorgaba a los niños el sacramento de la primera comunión el mismo día en que recibían su bautismo, esto ocurría al no estar claramente divididos los tres principales ritos de la iniciación cristiana, como son, el bautismo, comunión y confirmación. La eucaristía era compartida a partir de ese momento, todos los días de la octava Pascual.

Un cambio en las tradiciones

Esta práctica fue reformada en occidente durante el siglo XIII, luego del Concilio de Letrán en el año de 1215. A partir de ahí se precisa que el comulgante debe poseer una clara fe personal y que el derecho a la Eucaristía no lo confiere el bautismo, sino debe ser el resultado de una decisión voluntaria y una ciencia suficiente. Es cuando el individuo adquiere consciencia de sus creencias que se reivindican estas condiciones para recibir la eucaristía.

La iniciativa para comulgar y la preparación previa a la ceremonia

Sin embargo, aún a principios del siglo XVII, se admitía que la primera eucaristía -o la primera comunión- dependiese de la iniciativa de los padres y se efectuara en el tiempo Pascual. Pero un siglo más tarde, el Estatuto Sinodal de París fijó la edad de 7 años para recibir la primera comunión, aunque de manera progresiva dicha edad se fue elevando a 12 y hasta 14 años.

El Concilio de Trento fue el acto que introdujo la catequesis como preparación previa, pues la primera comunión estaba supeditada a la culminación de ese período de preparación por el que debía pasar el comulgante. Desde esa época se empezó a celebrar la primera comunión como una ceremonia solemne.

Fue hacia el año 1910 cuando el papa Pío X dictó el decreto Quam Singulari, que establecía que no había una edad uniforme y fija para la primera comunión, y correspondía a los padres determinar esa edad como tal.

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