Los pararrayos son unas largas barras metálicas diseñadas de tal modo y colocadas en zonas específicas cuya función es la de atraer cualquier descarga procedente de las tormentas eléctricas para canalizarla hasta una toma conectada a la tierra y que de este modo no se produzcan daños a las personas o los edificios, ya que de otro modo la caída de un rayo en un cuerpo humano podría llegar a carbonizarlo, mientras que si este tocara el más mínimo cable de la instalación eléctrica de un edificio podría llegar a fundir todos los componentes por los que pasa electricidad, con un gran coste para ser reparados.
El invento se le atribuye al político del siglo XVIII Banjamín Franklin, quien defendió que las tormentas generaban electricidad, y para demostrarlo propuso un experimento, colocar una barra con la que se atraería la energía de un rayo en una noche de tormenta. Posteriormente propuso que todas la viviendas tuvieran en su tejado una varilla metálica terminada en punta para evitar que los rayos cayeran en cualquier otro lugar.
Este mismo sistema se utiliza actualmente para los pisos conductivos, que en su interior tienen un entramado metálico conectado a una toma de tierra para evitar descargas en equipos de alta tensión.